Los poemas de Darío que me gustan

 LA MARCHA TRIUNFAL.

Extracto de un análisis de MANUEL BRICEÑO JAUREGUI, S.J.

“Un día (el poeta) quiere celebrar al Ejército Argentino. Para ello imagina, primero- que todo, un soberbio desfile de gala. Pero se vale más del brillo externo, más de la armonía y del ritmo marcial de los soldados, que de ideas profundas o de vibración vital humana o de sentimiento. Sencillamente pinta la emoción del instante interpretada con música de palabras y frívola elegancia.

Pero ¿cómo presenta esas ideas? impresionando los ojos, los oídos, la imaginación y la memoria. Llena el cuadro de brillante colorido -los vistosos uniformes, las charreteras, los vivos reflejos que indican espadas, oro, metales-, y de imágenes auditivas -se oyen los clarines de penetrante sonido, la acompasada marcha de los militares-, y todo, como es natural, en pleno movimiento -lejano al principio- que el poeta mira acercarse.

Y sigue describiendo, con vivacidad encantadora. Es un technicolor. No importan las ideas. Todo es pintura. Ver, oír, sentir, vibrar con el ejército, alegrarse con sus triunfos que son de la Patria.

Mas el bardo enfoca una escena. Como en un filme de colores hace una toma conmovedora. Un anciano -viejo soldado él quizás- con su mano dura como de raíces de árboles está explicando a un nietecito lo que ve: — la bandera significa la Patria, la Patria es la tierra y los recuerdos y los papás y los hermanitos y la f e y la lengua y los grandes hombres y . . . Los soldados esos que llevan medallas y cruces al pecho son los héroes . . . Ser héroe quiere decir ser valiente, no tener miedo, arriesgarse en el peligro, no traicionar nunca la palabra dada, ni a su Patria ni a su fe . . . La barba de nieve del patriarca baña de plata los cabellos amarillos del nieto.”

 

Selección de estrofas

¡Ya viene el cortejo!

¡Ya viene el cortejo!

Ya se oyen los claros clarines.

La espada se anuncia con vivo reflejo.

Ya viene, oro y hierro,

el cortejo de los paladines.

 

Ya pasa.

Debajo, los arcos

ornados de blancas Minervas y Martes,

los arcos triunfales,

en donde las Famas erigen

sus largas trompetas,

la gloria solemne de los estandartes,

llevados por manos robustas

de heroicos atletas.

 

Se escucha el ruido que forman

las armas de los caballeros,

los frenos,

que mascan los fuertes

caballos de guerra,

los cascos

que hieren la tierra

y los timbaleros

que el paso acompasan

con ritmos marciales.

¡Tal pasan los fieros guerreros,

debajo los arcos triunfales!

A aquellas antiguas espadas,

a aquellos ilustres aceros

que encarnan las glorias pasadas…

Y al sol!

que hoy alumbra

las nuevas

victorias ganadas 

y al héroe

que guía su grupo de jóvenes fieros,

al que ama

la insignia del suelo materno,

al que ha desafiado,

ceñido el acero y el arma en la mano,

los soles del rojo verano

las nieves y vientos

del gélido invierno,

la noche,

la escarcha

y el odio y la muerte,

por ser por la patria inmortal

saludan, con voces de bronce,

las trompas

de guerra

que tocan la marcha triunfal.


 

La isla, el hombre y la bestia: relectura del Coloquio de los centauros

GUSTAVO VALLE

Universidad Complutense de Madrid

“No es casual que Darío escoja una isla —una Isla de Oro— como escenario para el desarrollo del «Coloquio de los Centauros».

La Isla de Oro del «Coloquio de los centauros» se comporta como una suerte de lugar idílico, de espacio propicio para una Edad de Oro. Su rica geografía («la llanura», «un fresco boscaje», el «Océano», «los florecidos ramos») se parece mucho a la de la gran Isla de las Baleares.

Para el mito griego, las Islas de los Bienaventurados (obsérvese la personalización del territorio, su apelación y deuda a los individuos que la habitan) contiene un rico manojo de lecturas y simbolizaciones. Cuando Alcmena (madre de Hércules) muere, Zeus envió a Hermes a buscar su cuerpo para transportarlo a la Isla de los Bienaventurados. Por su parte, las Hespérides, aquellas hijas de la noche o «ninfas del ocaso», según Hesíodo, habitaban muy cerca de estas Islas. Además, en las especulaciones escatológicas posteriores a la epopeya —dice Pierre Grimal— las sirenas fueron consideradas como divinidades del más allá, que cantaban para los bienaventurados en las Islas Afortunadas. Sc trata, pues, de una isla de los muertos. La riqueza natural de que está compuesta la Isla de Oro de Darío, en mucho se parece a estas islas postreras y venturosas. En ella se ha visto una recreación de una geografía para una Edad dc Oro —ya lo hemos dicho—, toda una topografía epifánica. Sin embargo —y a juzgar por la importancia de temas como el de la muerte que cierra y da sentido cíclico al poema, unido esto a la leyenda propia del Quirón inmortal/mortal—, vemos que esta Isla de Oro también dibuja una escatología de ultratumba, un domicilio de difuntos más que un paisaje originario. Pero no olvidemos algo: los itinerarios de la muerte van sobre las huellas de un origen perdido; y todo fin colinda con las fronteras de su principio[1].

La carga de enunciados filosóficos, el peso de la «enseñanza oculta», sabrá hallar en boca de los centauros un espacio cómodo para desplegarse. Los hablantes de este diálogo deben ser cultos, instruidos, o mejor sería decir: iniciados, sí, iniciados en los misterios; en el conocimiento de «el terrible misterio de las cosas».”

Aquí, los temas de la muerte, la vida, la pasión, el ser, son discurridos por los centauros, pero de más está decir que es la profunda filosofía de vida que manifiesta el poeta lo que resalta desde lo íntimo de las palabras. Darío, sin brillar como filósofo, ocupa su lugar en el concierto de las cosas, a la par de lo más brillantes pensadores de la historia.


 

Selección de estrofas

En la isla en que detiene su esquife el argonauta
del inmortal Ensueño, donde la eterna pauta
de las eternas liras se escucha —isla de oro
en que el tritón elige su caracol sonoro
y la sirena blanca va a ver el sol— un día
se oye un tropel vibrante de fuerza y de armonía.
Son los Centauros. Cubren la llanura. Les siente
la montaña. De lejos, forman son de torrente
que cae; su galope al aire que reposa
despierta, y estremece la hoja del laurel-rosa,
Son los Centauros. Unos enormes, rudos; otros
alegres y saltantes como jóvenes potros;
unos con largas barbas como los padres-ríos;
otros imberbes, ágiles y de piafantes bríos,
y de robustos músculos, brazos y lomos aptos
para portar las ninfas rosadas en los raptos.
Van en galope rítmico. Junto a un fresco boscaje,
frente al gran Océano, se paran. El paisaje
recibe de la urna matinal luz sagrada
que el vasto azul suaviza con límpida mirada.
Y oyen seres terrestres y habitantes marinos
la voz de los crinados cuadrúpedos divinos.

…/…

Reto

Arquero luminoso, desde el Zodíaco llegas;
aún presas en las crines tienes abejas griegas;
aún del dardo herakleo muestras la roja herida
por do salir no pudo la esencia de tu vida.
¡Padre y Maestro excelso! Eres la fuente sana
de la verdad que busca la triste raza humana:
aun Esculapio sigue la vena de tu ciencia;
siempre el veloz Aquiles sustenta su existencia
con el manjar salvaje que le ofreciste un día,
y Herakles, descuidando su maza, en la armonía
de los astros, se eleva bajo el cielo nocturno…

Quirón

La ciencia es flor del tiempo: mi padre fue Saturno.

…/…

Orneo

Yo comprendo el secreto de la bestia. Malignos
seres hay y benignos. Entre ellos se hacen signos
de bien y mal, de odio o de amor, o de pena
o gozo: el cuervo es malo y la torcaz es buena.

Quirón

Ni es la torcaz benigna, ni es el cuervo protervo:
son formas del Enigma la paloma y el cuervo.

Astilo

El Enigma es el soplo que hace cantar la lira.

Neso

¡El Enigma es el rostro fatal de Deyanira!
Mi espalda aún guarda el dulce perfume de la bella;
aún mis pupilas llaman su claridad de estrella.
¡Oh aroma de su sexo! ¡Oh rosas y alabastros!
¡Oh envidia de las flores y celos de los astros!

…/…

Eurito

¡No olvidaré los ojos radiantes de Hipodamia!

Hipea

Yo sé de la hembra humana la original infamia.
Venus anima artera sus máquinas fatales;
tras sus radiantes ojos ríen traidores males;
de su floral perfume se exhala sutil daño;
su cráneo obscuro alberga bestialidad y engaño.
Tiene las formas puras del ánfora, y la risa
del agua que la brisa riza y el sol irisa;
mas la ponzoña ingénita su máscara pregona:
mejores son el águila, la yegua y la leona.
De su húmeda impureza brota el calor que enerva
los mismos sacros dones de la imperial Minerva;
y entre sus duros pechos, lirios del Aqueronte,
hay un olor que llena la barca de Caronte.

Odites

Como una miel celeste hay en su lengua fina;
su piel de flor aún húmeda está de agua marina.
Yo he visto de Hipodamia la faz encantadora,
la cabellera espesa, la pierna vencedora;
ella de la hembra humana fuera ejemplar augusto;
ante su rostro olímpico no habría rostro adusto;
las Gracias junto a ella quedarían confusas,
y las ligeras Horas y las sublimes Musas
por ella detuvieran sus giros y su canto.

Hipea

Ella la causa fuera de inenarrable espanto:
por ella el ixionida dobló su cuello fuerte
La hembra humana es hermana del Dolor y la Muerte.

…/…

Arneo

La Muerte es de la Vida la inseparable hermana.

Quirón

La Muerte es la victoria de la progenie humana.

Medón

¡La Muerte! Yo la he visto. No es demacrada y mustia
ni ase corva guadaña, ni tiene faz de angustia.
Es semejante a Diana, casta y virgen como ella;
en su rostro hay la gracia de la núbil doncella
y lleva una guirnalda de rosas siderales.
En su siniestra tiene verdes palmas triunfales,
y en su diestra una copa con agua del olvido.
A sus pies, como un perro, yace un amor dormido.

Amico

Los mismos dioses buscan la dulce paz que vierte.

Quirón

La pena de los dioses es no alcanzar la Muerte.

Eurito

Si el hombre —Prometeo— pudo robar la vida,
la clave de la muerte serále concedida.

…/…

Mas he aquí que Apolo se acerca al meridiano.
Sus truenos prolongados repite el Oceano.
Bajo el dorado carro del reluciente Apolo
vuelve a inflar sus carrillos y sus odres Eolo.
A lo lejos, un templo de mármol se divisa
entre laureles-rosa que hace cantar la brisa.
Con sus vibrantes notas de Céfiro desgarra
la veste transparente la helénica cigarra,
y por el llano extenso van en tropel sonoro
los Centauros, y al


[1] «El nacimiento terrestre es una muerte desde el punto de vista espiritual, y la muerte una resurrección celestial. La alternación de ambas vidas es necesaria para el desarrollo del alma, y cada una de ambas es a la vez consecuencia y explicación de la otra» (Edouard Schure. Los grandes iniciados, El Ateneo, 1960, pág. 259). Marasso incluye este clásico de lo esotérico dentro de los libros que influenciaron decisivamente a Darío. Schuré, poeta y ocultista, pudo llegar con facilidad a la sensibilidad del nicaragüense y de su época. Su primera edición data de 1889.

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